No sabemos si Kylie va o vuelve, si está en el ponte bien o en el estate quieta. En todos los asuntos relativos de la vida, en los encuentros con simples seres humanos, Kylie es siempre la referencia total, la que pone las coordenadas del espacio y del tiempo, la que lleva el glamour con detalles rococó.
Kylie se viste para que todos la vean fascinante, para que la miren como si fuese una aparición, una diosa, una diva, y ya nunca puedan olvidarla.
Tiene las medidas generosas de una soprano, y en la foto parece una mujer seria o preocupada o ausente, con la mirada perdida de una pepona.
Kylie está donde está porque se lo ha ganado, naturalmente, su madre quería que pusiera una tienda de pocas cosas tranquilas, quizá de prendas íntimas o de artículos de regalo, pero Kylie tenía una fiebre interior y la pasión de ánimo de una maría antonieta, así que necesitaba una vida a lo grande, un destino tremendo con la hoguera de las vanidades ardiendo en el centro y enormes mansiones con cuadras de caballos y viajes alrededor del sol y amores y amantes.
Viéndola ahora, con la capa caída y el perrito en el regazo, se impone una pregunta: ¿se está cumpliendo el destino por el que Kylie renunció a un buen negocio de prendas íntimas?