Shane Seng

Shane vuelve de una fiesta cuando ya amanece, con el corazón tal vez simplificado y la conciencia ampliamente cósmica. Parece limpia, purificada, como después de un prolongado sufrimiento o de haber sobrevivido a un intenso dolor.

Lleva un vestido negro de noche que ya está acartonado o coagulado, a deshora de su tiempo feliz. La mañana está todavía cruda y cruel de realidad, como si nadie la oyera, llenándose de una luz del color de las cuatro paredes de piedra, desnivelada de atmósfera.

Shane está hermosa, pero no sólo de belleza, sino, sobre todo, de otras cosas dobles en dualidad de dos, como esos ojos en simetría azul del exacto color de la lluvia, de un preciso color sardina, con un perfecto sonido de goterón.

Shane está hermosa como si no tuviera madre, o como si tuviera dos madres, una a cada lado, discretas como sonoras campanas, como dos bahías en la tarde calurosa. Shane lleva, quizá, algo más de mostaza que ayer, o un amor mal aprendido, como cuando un negocio no marcha bien y acaba quebrando por la izquierda o por la derecha.

Tiene unos enormes puntos de amor, abundantes como una familia numerosa y escondidos como los barrios de poniente. Inseparables, impares, señalando el vertiginoso sitio donde el alma asoma a la hora de comer o de amar. 

Puesta, parada, quieta, con algo de pingüino, Shane pregunta con sus ojos de mirada seria, con el eterno amor de los vivos, con las actualidades y los abrazos, con los sentimientos de las jóvenes viudas.

Tal vez tendríamos que buscarla más adentro o más afuera de ella misma, allí donde empiezan los grandes bosques o allí donde se abandona el límite mental, siempre al sur de la noche, siempre desconfiando del deseo repentino.

Está hermosa de pelo despeinado, desordenado, que le despeina el pómulo y le pone una ligera nube de pelos sueltos alrededor de la cabeza. Tiene los labios secos, y sus manos no son todavía de mujer, sino de muchacha que las utiliza para trabajar o para agarrarse con fuerza a los andamios de la vida.

Luego, después, más tarde, mañana, otro día, Shane regresará a su casa, pensando y no pensando, se tomará un café con leche mirando por la ventana, extrañamente serena y sabia, templada por el cansancio, haciéndose la sueca si le conviene.

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