Sophie tal vez está queriendo llegar al fondo, al final de sí misma, a su destino interior –por decirlo de algún modo- o al interior de su destino. Hay tiempos en los que, sea cual fuere la actividad del cuerpo, el alma está de rodillas.
Sophie va de espeleóloga de sí misma, tal vez explorando sus grutas y sus estanques subterráneos, buscando su razón de ser o su sentido o su hueso central. Se dice que con la civilización hemos pasado del problema del hombre de las cavernas al problema de las cavernas del hombre (y mucho más de la mujer, claro).
Peleando cuerpo a cuerpo con su oscuridad, Sophie se ha caído, quizá, desde el universo a la arcilla, muchas veces, y duerme a la sombra de los árboles arrastrados, y vocifera y no se esconde y quiere vivir.
El poeta dijo que el amor es una flor hermosísima, pero hay que tener el coraje de ir a recogerla al borde de un precipicio. Tal vez Sophie ha recogido también, de paso, la hermosísima flor, como quien vuelve del infierno con un diamante. Quizá, como Gauguin,
Sophie ha querido establecer el derecho de atreverse a todo.