Lorena irradia belleza natural. Sin maquillaje, nos muestra su sonrisa sincera. ¿Para qué queremos más? Por su mirada, no sólo nos demuestra que sabe amar, sino que también sabe amarse a sí misma. Algo necesario para poder recorrer la senda de la felicidad.
Seguramente el poeta pensó en ella con exactitud, deseándole algo que ningún otro haría. No lo de siempre, que sea hermosa, o un manantial de inocencia y amor.
Si no fuera una chica con suerte, entonces, que sea del montón; que tenga, como otras mujeres, talentos habituales. Que no sea fea ni guapa. Nada fuera de lo corriente que rompa el equilibrio, que impida que todo lo demás funcione. Si así se llama a una manera hábil, atenta, flexible, discreta y fascinada, de alcanzar la felicidad.
Lorena no florece, llamea. ¿Qué hemos hecho para ser dignos de esta gloria? Mañana, ya no habrá rosas —pero la mirada conservará su incendio.