Alma está meditando. Se ha hecho consciente de su espiritualidad, de esa dicotomía entre el cuerpo y su psique, por lo que la luz del sol que la atraviesa de fondo, hace que la veamos translúcida, confundiéndose con el bosque. Con esas ramificaciones neuronales de la naturaleza que simulan un rayo marcando el cerebro del universo.
De alguna manera, estamos viendo sólo su alma triste. Triste como la rama que deja caer su fruto para nadie. Más triste, más. Como esa mano que del cuerpo tendido se eleva y quiere solamente acariciar las luces, la sonrisa doliente, la noche aterciopelada y muda.
Ella, sabe que, dentro de su alma libre de pensamientos y emoción, ni el tigre encuentra sitio para meter sus fieras garras. Vacío perfecto. Sin embargo, ahí, algo se mueve siguiendo su propio curso. El ojo la ve, pero ninguna mano puede atraparla. Como esa luna en el arroyo.
Alma se ve como un árbol. Lo normal es que nadie se dé cuenta al principio. También están exhaustos, cientos de años atascados en el mismo sitio; hermosos paralíticos. Sienten que los observamos. Envidian la alegría de ser un blanco móvil.
Mientras va saludando a las ramas, pide que los árboles alcen la frente, que miren hacia arriba. Así verán más de lo que nunca les pareció posible.
Alma, fuera de su cuerpo, planea delicadamente sobre su triste forma abandonada. Alma de amor que vela y se separa vacilando, y al fin, se aleja tiernamente fría.