Carmina

Carmina sabe que, si quisiera volar, necesitaría al viento como cómplice. Por eso le hace señas, levanta los brazos con ese pañuelo de seda color arcoíris. De esta manera, nos muestra que ella misma es un arcoíris: pues es rojo su calor adolescente, por los pocos años. Amarilla la flor que tiene nunca entre sus manos.

Su pie derecho en punta la delata. Quiere levantar el vuelo ante el mar. Necesita esa pasarela para tomar impulso y alzarse por esas alturas en las que uno se ríe del arquero.

Sabe ya, que no hará casa el que ahora no la tiene, y que el que está solo, ahora, lo estará para siempre mientras deambula por las avenidas, inquieto, como el rodar de las nerviosas hojas.

Carmina mece al viento ese pañuelo ondulante quizá para ver el dibujo de la brisa.

Solo tiene dos opciones, el mar —sereno y encrespado, indócil y calmado—, o el espacio abierto. Y mientras se decide, sus dudas le asaltan: ¿Quién creó el mundo? ¿Quién dio forma al cisne y al oso negro? ¿Qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?

Ella, es y será —mientras la lluvia coincida o no coincida con el sol—, un arcoíris.

 

 

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