Lucinda

De alguna manera, Lucinda, que posa sin sombrero, se ha dado cuenta de lo que ella transmite al ser observada. Ha salido con su ser desnudo para pasearse por los caminos de la vida. Y en un momento dado, ha dicho: “Ahora, soy yo la que va a mirar”.

Por eso ha sacado su cámara de fotos. Porque en las fotografías, se ve un rostro, pero el alma no está allí. El papel recuerda, pero no ama. Es sólo un eco del mundo olvidado, un susurro en el aire.

Lucinda dispara con su cámara y la fotografía tiembla porque el pasado es débil. Un instante robado al tiempo, un espejo que no refleja. Y su silencio se parece al olvido. Esas fotos amarillas se apoyan en la mesa cansada. Parece que ríen, pero es mentira. Se fueron, se fueron dejando su instante pegado en un papel sin vida.

En estos momentos atrapados en papel hay una quietud que engaña. El viento no se siente, las palabras no se escuchan, pero allí estás, inmóvil, como si nunca hubieras respirado. El invierno ha sellado su verdad, cae la nieve, y nuestras lágrimas no pueden derretirla.

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