Míralas, mírate: un merodeador es alguien insensatamente sensible a ese abismo que nos une y nos separa de ella, de ellas.
Un merodeador tiende una cuerda (floja, muy floja) sobre ese abismo y sabe que tarde o temprano, aunque la cruce pocas o muchas veces, acabará cayendo, ay, porque si no fuera así dejaría de ser un merodeador para convertirse en cualquier otro tipo de mujeriego o feminista (palabras mal utilizadas por el deplorable lenguaje que se habla en este sucio siglo).
Mírate, míralas: siente el abismo que te separa y, sobre todo, que te une a ella, a ellas, que da sentido a tu vida, que te impide enloquecer. Ellas son otras, claro, pero son otras humanas (aunque con frecuencia no lo parezca): tenéis algo en común, aunque sea ínfimo. Y no te olvides de que si miras mucho tiempo al abismo, el abismo comienza a mirarte a ti.
Dentro de esta apasionante disciplina del merodeo existen unas pocas teorías mínimas, que vienen a ser observaciones recogidas en la tradición del merodeo. Así, por ejemplo, se dice que es el arte de sacar conclusiones suficientes a partir de datos insuficientes. Otra teoría mínima dice que sabemos que el merodeo es imprescindible, aunque no sabemos para qué.
Seguimos: las relaciones que se establecen merodeando, son siempre por ósmosis, nunca por frotación. Otra teoría mínima muy valorada dice: nunca permitas que el sentido de la moral te impida hacer lo que está bien. Y otra más: a veces, en la disciplina del merodeo, hay que saber seguir adelante no sólo con miedo, sino también sin esperanza. Citaremos, por el momento, otra, la última: un comienzo no desaparece nunca, ni siquiera con un final.
Qué bonitas reflexiones el último párrafo me parece muy ilustrativo y, por qué no decirlo, iluminativo. Una chulada de Merodeo.