Cosas que diría con solo mirarla:
‘¿eres como nosotros?’
y enseguida, a continuación:
‘qué solos estamos cuando todo está bien.’
La estoy mirando impersonalmente, es cierto,
como si fuera alguien pero no fuese ella,
como si fuese ella pero no fuese Ranya,
sino una vaca en pleno esplendor blanco y negro.
Y enseguida añadiría:
‘pareces recién llegada de otra civilización,
o de las tierras altas,
o tal vez de Puerto Príncipe.’
Con esa melena perfecta, irreal,
puede ponerse o quitarse la frente
y elegir la altura de los hombros;
parece tan ajena en su paz de una sola línea.
Ay, Ranya, intemporal por anodina, sin fascinación,
apagada y sosa,
que podría estar o no estar ahí donde está como si no estuviera.
Sabe bien que la vida no es tan matemáticamente simple
y que la sombra, por sí misma, no sabe nada de camisas.
Mirando a Ranya, una de mis manos se ha quedado vacía,
y nunca sabré cuál de las dos.